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ÁREA PRECARIA

LA EVALUACIÓN

Con la reforma educativa se ha acabado con el concepto de examinar para hablar de evaluación. Sin embargo se trata de un matiz dialéctico puesto que las prácticas actuales no han cambiando.

A pesar de su gran diferenciación, seguimos utilizando la palabra evaluar y calificar indistintamente. Sin embargo, aunque le cambiemos el nombre, incluso el sentido y la finalidad, la lógica política nos lleva a las mismas incoherencias de siempre. Véanse algunos ejemplos:

ü  Se acabaron las reválidas para imponer la selectividad.

ü  Se acabaron los objetivos puramente conceptuales para evaluar procedimientos y actitudes; pero se siguen potenciando las actividades de lápiz y papel del libro de texto- para luego acabar haciendo el mismo examen con preguntas casualmente que propone el “Libro del profesor”.

ü  Cambiamos el libro de texto aburrido lleno de palabras por otro lleno de fotografías y fichas que esconden los mismos contenidos, los mismos valores y las mismas actividades – aunque tengamos que colorear- que nos llevan a adquirir materiales más costosos.  

Es lo que Alvarez Méndez denomina Palabras nuevas, funciones viejas; caras nuevas, destinos viejos”. 

Y es que no se puede hablar de cambio en la evaluación y en educación cuando la metodología de enseñanza no se modifica; cuando el currículum sigue siendo el mismo, y cuando el alumno sigue siendo quien tiene que adaptarse a lo que le dicta la escuela, y no es la escuela la que ha de adaptarse para satisfacer las necesidades del alumno: Diversos en la calle, uniformes en la escuela.

A eso en todo caso, podemos llamarle reforma por el simple hecho de que solo cambian las leyes. La escuela no cambiará hasta que no refleje en su currículo la necesidad de trabajar y evaluar respecto las actitudes, las formas de sentir, pensar y vivir del alumno, y deje a un lado su contenido conservador “inamovible” y monótono que genera un pensamiento único.

Un pensamiento que ya está desfasado. Para comenzar a caminar para cambiar, debemos concretar que se entiende por evaluación.  

Evaluación educativa: Eje sobre el que gira un entramado plural de valores, de intereses, de expectativas, de presiones, de poderes, de competencias, de preocupaciones pedagógicas… que mantiene un discurso que en la práctica es engañoso. (Alvarez Méndez) Estas prácticas evaluativas no se llevan a cabo por la dificultad del profesor de evaluar; no dan signos de objetividad y para lavarse las manos, acaban recurriendo al típico examen como herramienta casi exclusiva de obtener la calificación.

De aquí el esfuerzo del alumno se reduce al “empolle” del día de antes. Se cuantifica el saber (como si fuese una mercancía de cambio) y la uniformidad de conocimientos y pensamiento,- a pesar de que sabemos que nuestras aulas están caracterizadas por una enorme diversidad-. De esta forma, estamos favoreciendo inicialmente a un grupo de alumnado para los que es más significativo y familiar lo que se expone en el libro de texto. Casualmente estos alumnos siempre son los que tienen un nivel socioeconómico más alto.Por lo tanto, el carácter de igualdad que se pretende con las pruebas objetivas ya se ha perdido desde el inicio del  proceso de enseñanza-aprendizaje, y terminando por la realización de dichas pruebas para calificar la adaptación del alumno al sistema. La evaluación formativa es escasa o casi nula.

 Álvarez Méndez lo expresa así: “¿no aprenden los profesores de un curso a otro, de un año a otro? Y es que para ellos es impensable que gran parte de la falta de motivación y de interés de los alumnos tenga sus raíces en la metodología usada en el aula y en las actividades repetitivas”.

Lanza otra cuestión de vital importancia para el tema tratado: “¿No aprenden los alumnos por experiencia de años que lo importante, mientras no se cambie la relación de valores, es pasar prueba a prueba, examen a examen?”.

Por lo tanto es evidente que si las actitudes, los procedimientos y los valores son difícilmente cuantificables en una prueba escrita y que llaman objetiva, lo que se evalúan son los conocimientos puramente conceptuales que adquiere el alumno, el cual perderá el interés por el resto de cuestiones al no considerarlas valiosas y, lo que es peor, perderá el interés por aprender. 

Enseñar no puede ser un puro proceso de transferencia de conocimiento del enseñante al aprendiz. Transferencia mecánica de la que resulte una memorización maquinal. Al estudio crítico corresponde una enseñanza igualmente crítica que exige necesariamente una forma crítica de comprender y de realizar una lectura de la palabra y una lectura del mundo, lectura del texto y lectura del contexto”.                                                                                                                                                             Freire (1994)       

En la escuela actual, se parte de un enfoque curricular positivista que se preocupa más por la corrección de un examen “justo”, exigiendo a todos la reproducción fiel de una misma respuesta, unos argumentos cerrados que encierran un pensamiento único, no desarrollando la capacidad crítica en el alumno, así como la transmisión de unos valores “universales”. Esta visión de la evaluación como calificación nos obliga a buscar la respuesta del libro de texto. Esta situación no nos lleva más que a una reproducción social dentro de la escuela, al agrupamiento homogéneo de alumnado, a un currículum prefabricado de herencia, a conceder títulos de acuerdo a una jerarquía conceptual sobre lo “correcto” socialmente. 

De esta forma se ignora la singularidad del individuo al que no conocemos, no queremos conocer o al que conocemos pero ignoramos. Se evalúa según la adaptación del sujeto.  Pero en lo que no cae el docente es en la arbitrariedad de esa selección de preguntas para sus pruebas objetivas, la validez de sus correcciones y sobretodo la selección de contenidos por parte de las editoriales y del estado. E

n este caso, podemos concluir que el profesor intenta satisfacer la demanda del estado y del mercado, dejando en un segundo plano al alumno. Este aspecto está recogido por los alumnos de la Escuela de Milani en su “Carta a una maestra” (p.26-27) mediante la siguiente afirmación:
“En los exámenes orales tuvimos una sorpresa. Vuestros chicos parecían pozos de cultura francesa (...) Más tarde, supimos que solamente habían hecho aquello en todo el año. Después tenían en el PROGRAMA algunos párrafos y los sabían leer y traducir.
Ante un inspector, hubieran hecho mejor el papel ellos que nosotros. El inspector no se sale del programa. Sin embargo, tanto vosotros como él sabéis de sobra que con aquel francés no se va a ninguna parte. ¿Para quién trabajáis entonces? Vosotros para el Inspector. El Inspector para el Delegado. Y el Delegado para el Ministro.
Es el aspecto más desconcertante de vuestra escuela: se tiene por fin a sí misma”
  

Como ya se ha insinuado, detrás de todas estas definiciones se ocultan racionalidades típicas de mercado que desembocan en una evaluación neutra, homologada y uniformante. A pesar de que la evaluación surge como detector de diferencias para garantizar los cambios a la igualdad, se utiliza esta detección para la discriminación de los menos capaces y que el mercado seleccione a los más capaces como trabajadores; es decir, no se sale de la mentalidad credencialista de la sociedad. 

De esta forma lo refleja Darling-Hammond (1994): “Las formas de evaluar difícilmente puedan llegar a la igualdad a no ser que cambiemos las formas en las que se usan las evaluaciones: de mecanismos de selección a ayudas de diagnóstico; de referentes externos de rendimiento a recursos generados localmente para indagar profundamente en la enseñanza y en el aprendizaje; y de indicadores de sanciones para los que apenas alcanzan los niveles para equilibrar los recursos y aumentar las oportunidades de aprendizaje”. 

TODOS SOMOS IGUALES 

"Para tratar la diversidad de una forma justa, hay que descubrirla, conocerla, identificarla y conocer las diferencias intentando paliar las situaciones de desigualdad e injusticia que afectan a los derechos humanos de las personas.” 

El reto de las aulas de hoy en la enseñanza obligatoria es encontrar el equilibrio entre dos dimensiones: igualdad y diversidad. Y es todo un reto teniendo en cuenta la excesiva competitividad y la individualidad de una sociedad postmodernista. Se ha de trabajar desde la escuela las actitudes solidarias y democráticas.  La evaluación que se lleva a cabo en la escuela actual puede reafirmar las diferencias.

Esta frase repetida hasta la saciedad en una sociedad políticamente correcta es utilizada en todo tipo de actividades que trabajan las diferentes culturas en un centro. Sin embargo no van más allá de su significado y tras la actividad se vuelve a las tareas y la evaluación de siempre: la selectiva. Esta forma de calificar/clasificar al grupo de alumnos es defendida con la búsqueda de objetividad cuando es imposible encontrarla en un mundo cargado de diversidad.

La justicia y la equidad se acaban cuando se despersonaliza al alumnado tratándoles a todos por igual social, cultural y personalmente.  Una evaluación justa y equitativa tiene en cuenta las singularidades de cada individuo, acabando con la idea de moldearle de acuerdo a la cultura dominante, y sin dejar que esta frase sea una herramienta relativista que enmascare un etnocentrismo cultural y segregador dentro del aula. La reflexión nos llevará a añadir a “Todos somos iguales” el “Todos somos diferentes”. Pues que se nos trate y evalúe como tal.  

DE LA EVALUACIÓN SE DEBE APRENDER, DE LA CALIFICACIÓN, CONSTATAR  

“La tarea de mantener vive en la memoria colectiva la lucha por la igualdad y por los derechos de las personas en todas las instituciones de nuestra sociedad, es una de las tareas más significativas que los educadores pueden realizar”.                                                                                                                                                              Apple (1997) 

Dos premisas:   

1.       Trabajar sobre aquello que no salió como se esperaba.

2.       Que unos alumnos superen la prueba, justifica que hay otros que no la superan. 

Pero el profesor ha conseguido dar todo el programa, ha seguido el ritmo y el calendario de la programación: Ha cumplido con su deber.  Si este es el principal objetivo del docente, entra la escuela misma en una contradicción en su organización. Los alumnos que no aprenden los contenidos necesarios son excusados muchas veces por el retraso que arrastran de años anteriores; ¿no han superado las pruebas, controles, exámenes y evaluaciones formativas que son tan competentes para valorar la capacidad del alumno? La necesidad de autojustificación de su labor, los lleva a una gran contradicción. 

Para no caer en una continua contradicción con nosotros mismos ni con la institución, hemos de encomendarnos a la tarea que nos reta Apple mediante la reflexión y la esperanza de cambio en vistas a la utopía. 

Debemos comenzar por dejar de buscar culpables y comenzar buscando soluciones visionando la situación en la que partimos y a cual queremos llegar. Acabando con el Yo colectivo que ataca a lo diferente culpabilizándole de su falta de adaptación, dejando a un lado la pedagogía tradicional y las líneas marcadas por el currículum editorial, embarcándonos junto al pensamiento de que “esto puede ser de otro modo”. Dejando a un lado la excusa de que la Educación y la Sociedad son asimétricas y dejándonos arrastrar al otro bando; es decir el que busca la repercusión de la escuela en la sociedad, y no al revés. Solo de esta forma podremos establecer vías hacia la igualdad y la convivencia.

ANA DE LAS HERAS

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